“Nunca me hubiera parado a pensar que mis compañeras se sentían así en las redes sociales”, dispara Rafael Ignacio Ojeda, estudiante de 20 años de Relaciones Internacionales en el Wheaton College en Massachusetts. La confesión llega después de escuchar hablar a sus compañeras sobre su relación con Instagram. “A mí el algoritmo me atormenta con chicos musculosos y me anima a ser valiente y a invertir en criptomonedas, pero no a sentirme mal por no tener los cuadraditos de tal o cual fulano”, añade.

“Yo la verdad es que en Instagram sufro una presión estética terrible”, cuenta Amparo Willi, 20 años, estudiante de segundo de Relaciones Públicas en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE). “Antes de publicar una foto la tengo guardada en borradores unas cuantas semanas y cuando me decido a subirla se la envío a cinco amigas para que me digan si la subo o no. Y aun con todo, una vez que la subo, la miro siete mil veces para ver si realmente salgo bien”. Su estrategia para publicar contenido en su cuenta personal de Instagram es tan profesional como la de una empresa: se fija en el día de la semana y la hora dónde cree que va a recibir más me gusta. “TikTok es un poco más relajado: hago un vídeo, y si me gusta, lo subo y ya está. No lo pienso tanto. Aunque me tiene que gustar, ¿eh?”, añade.

Las jóvenes publican un contenido totalmente diferente en Instagram y en TikTok. Mientras que Instagram se ha convertido en una red donde mostrarse perfectas, TikTok es el espacio para presentarse “naturales”, “sin filtros”, “auténticas”. En líneas generales, mantienen una relación más tóxica con Instagram: publican poco contenido, dudan mucho sobre qué colgar y les genera inseguridad y ansiedad. Y eso que el perfil de Instagram acostumbra a ser privado, mientras que el de TikTok es abierto. ¿Por qué esta doble vara de medir?

El código de la autenticidad

“TikTok es la plataforma del engagement. No se busca construir una gran comunidad de seguidores, sino generar conversación. Subirse a una tendencia. Por ejemplo, ahora el audio de moda es uno de una canción que dice algo así como “la puta madre que nos parió” y se usa para mostrar actividades a las que nos apuntamos pensando que irán bien, pero acaban saliendo mal. Como por ejemplo un taller de cerámica para relajarte mientras haces una taza y salir de los nervios y con las manos vacías. No tiene ningún sentido que la cuenta de TikTok sea privada, porque la gente que crea este tipo de contenido busca que la vean”, explica la especialista en cultura de internet Janira Planes. “En Instagram está todo el mundo: padres, amigos, colegas de trabajo, de universidad, etcétera, y ahí te sientes más juzgado, de manera que es lógico que quieras dar una imagen más producida. En TikTok no sientes esa fiscalización”, añade. Ya lo decía McLuhan: “El medio es el mensaje”.

La estudiante Georgina Penella fotografiada en el barrio barcelonés de Les Corts.

TikTok se presenta al mundo como una plataforma desenfadada que “tiene la misión de potenciar la creatividad y brindar alegría”. Pero ¿se puede ser auténtico cuando hay una cámara delante? “TikTok te permite ser más desestructurado, pero igualmente se usan filtros de belleza y las cosas se graban mil veces”, reconoce Willi. “Es espontáneo pero entre comillas. Nadie sube la primera toma que hace. Yo estoy haciendo un vídeo de un día conmigo en Barcelona y pongo fotos de días distintos. Es todo una farsa, pero estamos todos enganchados y nos comunicamos así”, reconoce. “Es una autenticidad estudiada. Un código asociado a la plataforma. El código de la autenticidad, pero sí que hay la voluntad de ser más transparente, más natural. Es un tema complicado y habría que mirar cada perfil, pero, en líneas generales, sí que se busca compartir problemas reales o mostrar lo que hay detrás de cámara. Sin duda, es más relajado”, añade Planes.

Hace tiempo que Instagram lidia con problemas de reputación al ser una empresa asociada a la promoción de vidas idealizadas y estándares de belleza imposibles. En 2021, la extrabajadora de Facebook, Frances Haugen, filtró al Washington Post documentación interna de Meta para demostrar que los ejecutivos de la compañía sabían los daños que Instagram causaba entre las jóvenes. El 32% de las adolescentes dijeron que tras navegar en la plataforma se sentían peor con su cuerpo. “Las comparaciones en Instagram pueden cambiar la forma en que las mujeres se ven y se describen a sí mismas”, podía leerse en una de las slides de la compañía. Pese a todo, la red no deja de crecer: es la segunda más usada en España y la principal para relacionarse con influencers y marcas, según se desprende del último informe sobre redes sociales elaborado por IAB Spain.

Desnúdate o falla

Para huir de estas dinámicas que comprometen su salud mental, algunas jóvenes se las ingenian para limitar el número de personas que ven sus fotos: crean círculos de amigos, hacen cuentas B, eliminan seguidores que no conocen o pasan a otras plataformas como BeReal o TikTok. “Hace unos años subía muchísimo contenido a Instagram. Todo tenía una sola finalidad: que mis amigos vieran que hacía planes, que me iba de viaje, que tenía muchos amigos, etc. En resumen, publicaba para que los demás lo vieran y pensaran que tenía una vida de película”, cuenta Georgina Panella, estudiante de Comunicación en la Universitat Ramon Lull.

Una adolescente acostada en la cama mirando su teléfono móvil.

“Hace menos de un año eliminé a la mitad de mis seguidores porque me di cuenta de que no tenía ninguna necesidad de saber cosas de personas que ni conocía y tampoco quería que ellas supieran de mí. En el instituto, la gente popular era la que tenía 1.000 seguidores, porque se suponía que también tenían muchos amigos. También necesitaba conseguir un mínimo de 100 me gusta para sentirme validada. Ahora esto ha cambiado: he eliminado seguidores y he desactivado la opción de ‘recuento de likes’, y ya casi ni interactúo en la aplicación. Poco a poco Instagram ha ido perdiendo relevancia en mi vida, mientras que TikTok la ha ido ganando”, añade.

Muchas jóvenes, sin embargo, siguen atrapadas en el algoritmo y la acumulación de seguidores y me gusta. “Siento la presión estética en ambas plataformas, pero en Instagram es mil veces peor. Una foto de un paisaje en mi feed puede tener unos 250 me gusta, pero en bañador alcanza fácil más de 700. Sé lo que le gusta a la gente y como quiero esa validación externa, pongo fotos en bañador”, explica Willi. Todas las jóvenes sufren la presión estética, pero no todas la viven de la misma manera. “Esto va a depender de dónde hayan colocado la autoestima a lo largo de su vida”, apunta la psicóloga Laura Esquinas. “Cuanto más hayan construido su imagen y autoestima en función al juicio externo, más vulnerables serán a los seguidores y me gusta”.

Lo que le gusta a la gente es también lo que les muestra el algoritmo. La Red Europea de Periodismo de Datos y la fundación AlgorithmWatch demostraron en un experimento de 2020 que a pesar de que “solo” una quinta parte de las imágenes que se publican en Instagram son de personas en bañador o ropa interior, estas publicaciones se muestran con mayor frecuencia. Más aún en el caso de las mujeres: las fotografías de chicas en ropa interior son un 54% más propensas a ser mostradas, mientras que las de chicos con el torso descubierto lo son un 28%. Desnúdate o falla: ese es el mensaje que las jóvenes reciben por parte de Instagram.

Educación algorítmica

El primer paso para salir del pozo sin fondo en el que puede convertirse el algoritmo de Instagram o TikTok, es reconocer el problema. “Antes de subir cualquier contenido, las jóvenes tendrían que pensar que quieren conseguir. Si lo hacen para conectar, comunicar, divertirse o buscan validación externa. Si siempre que suben contenido es para buscar validación externa, la autoestima está puesta fuera y necesitarán un acompañamiento terapéutico para cambiar ese patrón”, apunta Esquinas.

Para reconocer ese patrón, se necesita cierto grado de madurez. Pero muchas jóvenes acceden a las redes cuando aún no han formado su personalidad. Para las adolescentes de entre 12 y 18 años, tanto Instagram como TikTok son plataformas neutrales que no tienen impacto sobre su comportamiento. Para estas jóvenes, las redes sociales son simplemente canales de expresión y socialización, según se desprende de un estudio académico publicado recientemente en la Revista de Comunicación.

“Las adolescentes perciben las redes sociales como inocuas y lo peor es que las familias también”, explica Mònika Jiménez-Morales, doctora en Comunicación, profesora de la Universitat Pompeu Fabra y una de las coautoras del estudio. “Sin embargo, te explican que allí encuentran contenido que las prepara para la vida social. Aprenden a maquillarse, cuidarse, vestirse, etc., así como el comportamiento a tener con los chicos. Es muy importante que las familias sepan qué contenidos consumen los adolescentes y qué contenidos suben, y que se hable de ello de manera reflexiva en casa. Prohibir no es la solución, hay que educar en el uso”, añade.

“Los jóvenes somos todos prisioneros de las redes sociales, a pesar de saber el impacto nocivo que tiene en nuestra salud mental”, explica Willi. “Claro que sé que no me hace bien pasar horas y horas en Instagram y que no es normal dedicar tanto tiempo al contenido que subo en mi feed, pero me da mucho FOMO estar fuera. Los de mi generación sentimos la necesidad de compartir lo que estamos haciendo y ver lo que hacen los otros. Soy muy consciente del daño que me hace Instagram y ojalá todos abandonáramos la plataforma. Pero esto no va a pasar y yo sola soy incapaz de dejarla”, añade.

“Si algo me sigue afectando, es el tema de las notificaciones”, apunta Panella, quien ha reducido a la mitad el número de seguidores en Instagram, ha desactivado los me gusta y cada vez pasa menos tiempo en la plataforma. “Esa sensación de urgencia cuando suena el pip del mensaje, especialmente si es una foto que se borra al verla o un audio clave en el grupo. Si no lo veo al momento, siento que me pierdo el contexto, como si llegara tarde a una conversación que avanza sin mí”, concluye.

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