Cuando, hace menos de un año, Bart De Wever acabó su primera cumbre como primer ministro de Bélgica, bromeó con que sus nuevos compañeros, el resto de líderes de la UE, le había preguntado quién era. Ahora, este político ultranacionalista flamenco, de 54 años, ya no es en absoluto un desconocido en la escena europea. Se ha hecho un importante hueco tras aferrarse a su terquedad y negarse a dar luz verde a financiar a Ucrania a través de las reservas soberanas rusas inmovilizadas en la Unión por las sanciones, la mayoría bajo custodia de una entidad financiera belga. De Weber, o BDW, como se le conoce en su país, rechazó plegarse a las presiones de una mayoría de la UE, encabezada por el canciller alemán, Friedrich Merz, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
“Si [el riesgo] se mutualiza completamente y se elimina para nuestro país, entonces saltaremos al abismo junto con todos los europeos y esperaremos que el paracaídas nos sostenga”, lanzó en el Parlamento belga el jueves por la mañana, antes de la cumbre europea de final de año. Se trataba de una cita decisiva para el futuro de la UE y centrada en Ucrania, que tuvo como núcleo el debate sobre el uso de los activos del Banco Central Ruso y como objetivo de la mayoría el convencer al belga. No se logró y De Weber terminó subiendo a bordo de su negativa a otros. El salvavidas financiero para Ucrania se lanzará finalmente a cargo de los contribuyentes europeos y a base de eurobonos.

“Hemos demostrado que la voz de los países pequeños y medianos también cuenta”, remarcó tras la cumbre en la que fue el claro ganador. “La estabilidad financiera ha ganado”, agregó. Dejaba detrás así muchas semanas en el foco público y mediático europeo, que le ha llegado a colocar como un egoísta o incluso como “el activo más importante de Rusia en la UE”. “Ahora debo irme a mi dacha de San Petersburgo”, ironizó de madrugada, para dar por terminada la rueda de prensa tras la reunión de líderes. “Y creo que podría ser alcalde de ese pueblito”, bromeó.
Es su estilo, irónico, a veces burlón, De Wever, del partido nacionalista flamenco N-VA (de la familia europea de los Conservadores y Reformistas de la italiana Giorgia Meloni), llegó al poder el pasado junio desde la alcaldía de Amberes y tras casi ocho meses de negociación para formar Gobierno de coalición de un país que en 2008 declaró inexistente. En 2009, llegó a definir la parte valona del país (francófona) y dominada por el Partido Socialista como una entidad “extranjera” que estaba “en bancarrota”.

El líder nacionalista, procedente de una familia marcada por la pertenencia de uno de sus abuelos a un partido colaboracionista nazi, ha suavizado sus llamamientos para que Flandes se convierta en un país independiente. De hecho, De Wever, que contó que al principio no quería ser primer ministro, se ha mostrado después abierto a una reelección. “No se puede sanear este país en cinco años”, ha llegado a decir.
Sobre los eurobonos también ha cambiado de opinión. Era un firme detractor, pero cuando se puso sobre la mesa la vía de emplear las reservas soberanas rusas, bajo custodia en Euroclear, una entidad financiera belga, las cosas cambiaron rápidamente. La compañía, hasta ahora muy poco conocida, mueve miles de millones de euros. Su caída podía ser un palo importante para Bélgica. El país fundador de la UE también temía represalias del Kremlin. Moscú ha avivado su guerra híbrida.
Una gran mayoría de los belgas rechazaba además la idea de usar los activos soberanos rusos para financiar a Ucrania. Así que De Wever lo tenía políticamente muy difícil para defender la decisión. Rechazarla y resistir a la presión de Alemania, el socio más grande, y de la Comisión Europea, ha subido como la espuma su popularidad en Bélgica. También entre los francófonos.
