La pantalla partida de la televisión al mediodía de este miércoles era una metáfora de la Francia actual. A la izquierda, la policía cargaba contra un grupo de manifestantes en la estación del Norte de París. Empujones, porrazos y gases lacrimógenos. A la derecha, un sonriente Sébastien Lecornu, exministro de Defensa, tomaba el relevo en el Palacio de Matignon de su predecesor, François Bayrou, como primer ministro. En la calle, en las concentraciones organizadas por todo el país, muchos manifestantes gritaban contra el nombramiento de Lecornu. En el Palacio, la vida continuaba igual que en el último año, con un nuevo primer ministro (el quinto de la legislatura) que ha sido nombrado ignorando de nuevo a la izquierda —ganadora de las últimas elecciones legislativas— y sin garantías de que vaya a recibir el respaldo del Parlamento.

La única diferencia, más allá del perfil y el nombre del primer ministro, es que Lecornu tiene el encargo del presidente de la República, Emmanuel Macron, de llevar a cabo una negociación con la izquierda y la derecha para verificar el apoyo que tendrían los presupuestos, la primera etapa —y la más complicada— de su mandato. Y eso se notará, según ha adelantado él mismo en su primer discurso, porque habrá “una ruptura, no solo de forma sino también de fondo”. “Habrá que cambiar, ser más creativo. Menos técnico”, dijo, quizá abriendo la puerta a muchas más concesiones.

La calle, que a esa hora seguía incendiada, apretará cada vez más fuerte este otoño si la situación no se desbloquea y el nuevo presupuesto mantiene los recortes de 44.000 millones de euros en gasto público propuestos por Bayrou. Lecornu ha reconocido que existe “un desajuste entre la vida política y la ciudadana, la vida real”. El nuevo primer ministro ha asegurado que trabajará para poner fin a esa distancia que es “preocupante para toda la clase política”.

Emmanuel Macron no tiene herederos ni delfines. Los ha liquidado a todos o les cerró el paso con su poder omnívoro. Pero si su personalidad se lo permitiese, si hubiera que señalar a uno de entre los supervivientes a las distintas crisis, ese sería el nuevo primer ministro, Sébastien Lecornu. Ya era favorito para el cargo el año pasado, cuando el escogido fue François Bayrou, y el discreto político, de 39 años, ha esperado disciplinadamente su turno hasta que ha llegado.

No hay novedades respecto a la posición del resto de partidos, que rechaza su nombramiento y amenaza con hacerlo caer en la primera curva. Especialmente beligerantes han sido ya la extrema derecha de Marine Le Pen (RN) y la coalición de izquierdas La Francia Insumisa (LFI). El vicepresidente del RN, Sébastien Chenu, cree que Lecornu “es el primer y último soldado del macronismo”. “Es la última bala del presidente. Lo que no nos sitúa en buenas condiciones para recibirlo”, ha afirmado Chenu.

La clave, sin embargo, estará en la decisión que tomen los socialistas, que todavía no han dado un portazo definitivo al designado primer ministro. El líder del PS, Olivier Faure, pidió a Lecornu que renuncie a utilizar el artículo 49.3 de la Constitución, que permite aprobar un texto sin votación en la Asamblea, con el fin de demostrar ”que el método cambia» respecto a los gobiernos anteriores. Además, rechazó que los socialistas vaya a participar en el Gobierno.

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