La ultraderecha ha logrado llegar al poder en Chile de la mano de José Antonio Kast, un hombre que, pese autodefinirse como outsider, lleva viviendo de la política desde hace más de 20 años. Franco Delle Donne (Buenos Aires, 1983) le define en su libro Epidemia ultra (Península, 2025) como un “neopatriota” y analiza el auge de la extrema derecha desde sus orígenes hasta la actualidad. El doctor en Comunicación por la Universidad Libre de Berlín y autor del podcast con el mismo nombre que el libro, asegura desde su estudio en la capital alemana por videollamada que simpatizar con una dictadura militar ha dejado de ser impopular, como muestra el histórico giro en Chile.
Pregunta. ¿Cómo se explica la victoria de Kast?
Respuesta. La llegada al Palacio de la Moneda del ultra atiende a una multiplicidad de factores. El primero es la decepción que ha supuesto Boric para su electorado, que tenía unas expectativas muy altas con él y se ha quedado lejos de cumplirlas. También ha influido que su oponente, Jeannette Jara, se presentaba por el Partido Comunista, lo que reforzaba el discurso que Kast lleva afilando desde hace años: o nosotros o los malvados comunistas. Pero sin duda otro factor determinante ha sido la aparición del Partido Nacional Libertario de Johannes Kaiser, un personaje muy similar a Milei. Mediático y con expresiones muy radicalizadas, hace el contrapeso perfecto para Kast, porque le ayuda a crear una imagen más centrista, pese a que, de fondo, ambos defienden las mismas ideas. Además, para reforzar la idea de que es un político sobrio, Kast ha hecho una campaña en la que ha ocultado sus posiciones con respecto a temas como su simpatía con Pinochet, el aborto o el matrimonio igualitario.
P. Kast ha logrado una victoria muy contundente, con mayoría de votos en todas las regiones del país y con 16 puntos de diferencia sobre su rival. ¿Esto se debe solo a que el voto era, por primera vez en Chile, obligatorio para toda la población?
R. Esta obligación de acudir a las urnas ha beneficiado a Kast, porque ha forzado a mucha gente a elegir el mal menor. En Chile, y también en otros países como Argentina, se ha dado la vuelta al dicho ‘más vale malo conocido, que bueno por conocer’, y ha optado por el ‘más vale malo por conocer, que malo conocido’. El enfado y la frustración con el gobierno saliente era evidente y ha pesado mucho. Aun así, creo que la diferencia que arrojan los resultados es un poco ficticia, pese a que sí hay en Chile una masa social que piensa como Kast y que cree que la dictadura no estuvo tan mal.
P. Otro de los puntos centrales del discurso de Kast ha sido la lucha contra la inmigración, un discurso que conocemos muy bien en Europa, pero no se ve tanto en América Latina. ¿Ha sido determinante en su victoria?
R. Es un tema que existe en cualquier sociedad, aunque en general ahora hay un aumento de la tendencia de echarle la culpa de todos los males al de afuera. Pero nunca había tomado la categoría de elemento fundamental de un discurso político en América Latina, hasta que ha llegado Kast. Chile cuenta con un millón de venezolanos y la importación de grupos criminales como el Tren de Aragua ha sido el argumento perfecto para señalar a todos los migrantes como delincuentes. Kast ha copiado con éxito el discurso antiinmigración de Europa por primera vez en Latinoamérica, aprovechando este contexto de odio.

P. Hasta hace unos años parecía haber un consenso en Chile, pero también en otros países como Argentina o España, de que la dictadura militar que vivieron era una etapa oscura que no debían repetir. Ahora parece que Kast y los líderes de ultraderecha han conseguido romper este entendimiento y muestran, casi sin tapujos, su simpatía por los dictadores.
R. Hasta hace relativamente poco ha habido una hegemonía del relato de parte de los sectores más progresistas sobre la memoria histórica en estos países que sufrieron dictaduras militares. Había un consenso sobre que estos periodos fueron una tragedia por el número de muertos, de desaparecidos o la eliminación de derechos. Ahora vivimos en una época en la que esto ha empezado a cambiar y están logrando transformar ese consenso, que parecía asentado, en un debate. Y detrás de esos cuestionamientos se ve un desprecio hacia los valores democráticos, hacia el que piensa diferente. En realidad, lo que busca es convertir al adversario político en el enemigo. Y no solo está en contra de lo que uno piensa, sino que está en contra de la nación, de los valores morales, lo que le convierte en un ser despreciable.
P. Uno de los mensajes más repetidos por Kast en campaña ha sido que él representa al sentido común. Algo a lo que también apelan otros líderes ultras en todo el mundo. ¿Se han adueñado de este concepto?
R. Así como hay una disputa por la memoria histórica, también hay otra por conceptos como el de sentido común o el de libertad. Kast ha insistido mucho en el primero porque realmente es un significante vacío. Dentro de la expresión sentido común cabe todo. El matrimonio homosexual puede serlo, pero también puedes decir que es una barbaridad que viola las leyes de Dios. Y esto también puede englobarse en el sentido común. Bajo este concepto, tanto Kast como Milei y otros líderes ultras logran transmitir la idea de que están defiendo lo correcto y amplían sus simpatizantes.
P. ¿Y se pueden resignificar estos conceptos o hay que asumir que están ligados a estos sectores políticos?
R. Es muy difícil desligarlos. Cuando unas palabras pasan a pertenecer al argumentario de un partido o una visión política del mundo, al baúl de su vocabulario, es muy complicado utilizarlo sin que, inconscientemente, pensemos en ello. Al menos en el corto plazo. Si yo digo ahora en Argentina que defiendo la libertad, inevitablemente el primer pensamiento que te viene es que apoyo a Milei.
P. En el libro defines a Kast, Bolsonaro o Bukele como neopatriotas ¿En qué consiste este término?
R. Se trata de todos estos personajes que pertenecen a la familia de las derechas radicales, con una visión nacionalista en países de América Latina donde el nacionalismo no es algo negativo. Es un concepto que acuñaron los politólogos José Antonio Sanahuja y Camilo López Uriarte. Lo definen como líderes políticos que defienden la identidad nacional sin necesidad de aplicar una cuota naturista, como sí pasa en Europa. No hablan tanto de lo étnico, aunque por supuesto tienen tintes racistas, sino de valores morales y católicos que se oponen al progresismo. De lo tradicional, en definitiva. Entonces todos los que no defienden estas ideas pasan a ser no patriotas. Defensores de un globalismo en el que no importan las naciones.

P. El estilo de Kast y el de Milei no son el mismo, pese a defender las mismas ideas. ¿Representan dos formas de defender esta ideología?
R. Hay claras diferencias, pero también sucede con los líderes europeos ultras. Meloni, que intenta cultivar esa imagen de persona leída, se distancia mucho de Matteo Salvini o de Boris Johnson. Creo que hay que entender a cada personaje por cómo se ha construido. Milei viene de hacerse famoso por estar en televisión gritando e insultando. José Antonio Kast, por el contrario, ha sido durante 20 años diputado de la UDI, que es el partido más tradicional de Chile y viene del pinochetismo. Antes fue concejal, así que lleva viviendo toda su vida de la política. Milei necesitaba ser rompedor, gritar y volverse loco para mostrar un hartazgo con el que simpatizaba mucha gente. Kast necesitaba aire. Mostrarse como un candidato sólido, capaz de ordenar el país para que deje de ir de un extremo a otro. A pesar de que claramente representa a un extremo.
P. ¿Hay una fórmula para frenar esta epidemia ultra que relatas? Se han intentado muchas cosas, desde el cordón sanitario a entrar en sus marcos y sus debates, y nunca con éxito.
R. No soy lo suficientemente arrogante para saber cuál es la solución (ríe). A nivel político, creo que los partidos deben reconocer que este status quo tiene valores que merece la pena defender, pero también tiene consecuencias negativas y está dejando de lado a muchas personas. Y que debemos cambiarlo para que esto no ocurra. Por otro lado, ahora que a la mayoría nos toca sentarnos en una mesa a comer con familiares o amigos que simpatizan con estas ideas ultras, debemos enfocarnos en los valores comunes. Si ambos estamos de acuerdo en que las pensiones son muy bajas, a partir de ahí podemos debatir cuál es la solución, como un reparto más igualitario de la riqueza, pero sin esperar convencer siempre a los demás.
