Llegó el 9 de julio, fecha marcada en rojo en la guerra declarada al comercio global por Donald Trump, pero no se produjo el armisticio definitivo (tampoco la escalada) que cabía esperar con el fin de la tregua de 90 días concedida por el presidente de Estados Unidos a decenas de sus socios el pasado mes de abril. Trump decidió esta semana fijar un nuevo Día D, el próximo 1 de agosto, para que hasta entonces continúen las negociaciones con los distintos países para acordar qué aranceles les impone Estados Unidos.

Sí llegaron este miércoles, en cambio, más cartas enviadas a socios comerciales como medida de presión por parte de Washington. En esta andanada fueron siete los destinatarios, que supieron los gravámenes que les tocan a cada cual y que, en principio y sin más aplazamientos, prometió el remitente, entrarán en vigor dentro de 23 días, salvo si en ese tiempo se cierran acuerdos específicos con tasas distintas.

La lista de las misivas publicadas en Truth, su red social, poco antes del mediodía (hora de Washington) es la siguiente: Filipinas (20%), Libia (30%), Irak (30%), Argelia (30%), Moldavia (25%), Brunéi (25%) y Sri Lanka (25%). La segunda remesa de misivas salió rumbo a las diferentes capitales con la misma intención que la primera: presionar para influir en las negociaciones en marcha.

El lunes fueron 14 los países que recibieron sus cartas, entre ellos, Japón, Corea del Sur, Bosnia o Malasia, cuyos líderes leyeron textos firmados por Trump con la promesa de gravámenes a las importaciones de entre el 25% y el 40%. El presidente de Estados Unidos justificó este martes esa nueva vía de comunicación con los países aduciendo que hay “200” con los que negociar, 200 asuntos pendientes que es imposible resolver uno por uno, cara a cara, en tan corto espacio de tiempo, de ahí su recurso a la correspondencia.

A través de Truth Social

Como entonces, la noticia de cada una de ellas llegó a través de la cuenta de Trump en su red social, Truth, donde el republicano fue subiendo los documentos, prácticamente idénticos entre sí. Solo cambia de uno a otro la cifra de la tasa impuesta a cada capital. En casi todos los casos, la cantidad es similar a la que figuraba en la tabla de aranceles promocionada por el republicano en su intervención del 2 de abril en la Rosaleda de la Casa Blanca, ocasión que bautizó como “Día de la Liberación”.

Salvo por ese número, todas comienzan diciendo que su envío demuestra “la fortaleza y el compromiso” de las respectivas relaciones comerciales, y que Estados Unidos ha decidido continuar con ellas, pero solo en un marco “más justo y equilibrado”. Los textos continuan con la “participar de la extraordinaria economía estadounidense”, siempre que se avengan dejar atrás los “déficits comerciales” provocados por “los aranceles, y las barreras regulatorias, no arancelarias y de comercio”, que, añaden las cartas, “desafortunadamente, están lejos de ser recíprocos”.

“Si por lo que sea deciden subir los aranceles [a los productos estadounidenses] les responderemos con ese mismo gravamen más un 25%”, amenazan la misivas, que agregan que no se impondrán tasas a las empresas que decidan fabricar en Estados Unidos. Los textos también dicen: “¡Este déficit comercial es una amenaza grave a nuestra economía y, de hecho, a la seguridad nacional!“. En ellos, Washington se abre a cambiar su decisión, “y considerar un ajuste”, si los países se avienen a modificar las condiciones que afectan a los bienes estadounidenses.

Ninguno de esos nuevos aranceles interfieren o cambian los ya existentes, impuestos por sectores, como el aluminio y el acero (50%) o los coches (25%). La amenaza de un gravamen del 50% al cobre se sumó al frente de la guerra comercial este martes, cuando Trump lo anunció en una conversación con periodistas en la que también deslizó que están al caer tasas de “hasta el 200%” para los productos farmacéuticos.

Todos esos anuncios, sumados al envío de las cartas, no solo han reactivado esta semana la guerra comercial iniciada por Trump con su regreso en enero a la Casa Blanca; también han devuelto los modos agresivos y erráticos que definieron los primeros meses de su política económica, caracterizada por su aislacionismo y por la volátil personalidad de quien está a los mandos.

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