El hotel/club/residencia privada Mar-a-Lago está listo para, por segundo día consecutivo, atraer todas las miradas de los expertos en geopolítica con la visita del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Está previsto que el presidente de Estados Unidos, anfitrión en Palm Beach (Florida), donde está pasando sus vacaciones de Navidad, lo reciba a las 13:00 (hora de la Costa Este, seis más en la España peninsular) como recibió el domingo —en otra confusión, habitual en él, entre lo público y lo privado— al ucranio Volodímir Zelenski.

Netanyahu acude a la cita con el que hace tres meses definió como “el mejor amigo que Israel ha tenido en la Casa Blanca” con la misión de comprobar si sigue siéndolo y con cuatro objetivos, según indican las filtraciones de información previas a la reunión. Quiere permiso para poder bombardear Irán de nuevo si Teherán continúa fabricando misiles. Busca autorización para permanecer en la zona de Siria que Israel ocupa militarmente desde el año pasado. Aspira a mantener las cosas como están, sin segundas fases aún, en Gaza, con el control israelí de más de la mitad de la Franja a base de ataques diarios con palestinos muertos. Y pretende forzar el desarme de la debilitada Hezbolá en todo Líbano.

La reunión, la quinta presencial entre ambos líderes en 2025, se produce el mismo día en el que Hamás confirmó la muerte en agosto pasado de su portavoz, Abu Obeida, y con la impaciencia de Trump con el plan de paz para Gaza, que impuso Estados Unidos en octubre pasado, y que no acaba de pasar a su segunda fase. Con la incomodidad, también, de la Casa Blanca con las acciones Israel en Líbano y Siria.

Netanyahu —que habló el domingo por teléfono desde Florida con Elon Musk, el hombre más rico del mundo, de nuevo en la órbita de Trump— necesita una conquista en Mar-a-Lago que le sirva de vuelta en casa, mientras avanza decidido su juicio penal por soborno y fraude y continúan las presiones de su base para que lleve a cabo la anexión de Cisjordania, algo que Trump ya le ha avisado de que sería un problema. Además, las encuestas indican que, o cambian las cosas, o perderá las elecciones en 2026 tras tres décadas de ser una presencia ineludible en la política de su país.

Trump quiere anunciar avances en Gaza cuanto antes, a ser posible, antes de que se cumpla el próximo 20 de enero el primer año desde su regreso a la Casa Blanca. Durante la campaña con la que logró su billete de vuelta al poder, el entonces candidato prometió que sería capaz de acabar con esa guerra en su primer día en el Despacho Oval, y, aunque faltara a esa promesa, le gusta presumir de que ha conseguido “la paz en Oriente Próximo” por primera vez, acostumbra a exagerar, “en miles de años”.

Esa segunda fase pasa por un repliegue de la invasión israelí, y la creación de un Gobierno tecnocrático palestino. Todo ello, con el concurso de un organismo internacional de supervisión y el despliegue de una fuerza internacional aún por definir. Netanyahu quiere que las cosas continúen como están, con el control israelí del 58% de la Franja, y el resto, en manos de Hamás, en unas condiciones calamitosas que este mes han empeorado por las lluvias.

En cuanto a Irán, Estados Unidos apoyó a Israel en junio, con la así llamada “guerra de los 12 días”, que coronó un ataque de Washington a tres bases de producción y almacenamiento de uranio que supuso un golpe al programa nuclear del régimen de los ayatolás. Trump vendió esa operación como un éxito militar sin precedentes y como la solución definitiva a un problema que Netanyahu no está dispuesto a dar por resuelto. Este aspira a desmantelar el programa de desarrollo de misiles balísticos de Teherán, aprovechando la debilidad de su viejo enemigo: agujereado por las sanciones, cada vez con menos apoyos en la región y en mitad de una fenomenal crisis económica.

Completa aniquilación

Una decisión de Trump de colaborar en esos planes no solo supondría una violación del derecho internacional; también equivaldría a admitir que en junio exageró cuando dijo repetidamente que la operación militar lanzada por Washington logró la “completa aniquilación” del programa nuclear iraní.

El republicano también se encuentra con Netanyahu en un momento delicado en clave interna. Su apoyo incondicional a Israel ha abierto una brecha en el movimiento MAGA (Make America Great Again), la base de sus fieles más acérrimos. De un lado, con el locutor Tucker Carlson o la conspiranoica Candace Owens en cabeza, están quienes ponen en duda la financiación de la brutal guerra de Israel en Gaza, más difícil de justificar entre los jóvenes, también entre los conservadores, que acceden a la información en directo y sin filtros de las atrocidades del conflicto a través de las redes sociales. Del otro, están quienes consideran que colocarse del lado de Israel ayudará a Occidente en una supuesta cruzada civilizadora contra el islamismo radical.

El presidente de Estados Unidos basó en buena medida su ascenso en el ideario que encierra el eslogan America First (Estados Unidos primero). Prometió que si volvía a la Casa Blanca las guerras en el extranjero serían cosa del pasado, aunque de momento, un año después, la escena internacional (de Ucrania a Venezuela) ha absorbido mucha de su atención. Así ha quedado una vez más demostrado estos días en Mar-a-Lago, y resumido el domingo en un tuit de la congresista MAGA Marjorie Taylor Greene: “Hoy, Zelenski. Mañana, Netanyahu. ¿Podemos centrarnos en Estados Unidos?”.

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